La
experiencia de Bélgica —652 días sin gobierno ni presupuestos
entre 2018 y 2020— demuestra el coste de la inacción: infraestructuras
envejecidas e imposibilidad de afrontar nuevas obras. España corre
el riesgo de repetir ese patrón, agravado porque concentra el 69%
de las autopistas de alta capacidad sin peaje de Europa, lo que la hace
dependiente casi en exclusiva del presupuesto público.
Bruselas, aunque
no puede obligar a aprobar presupuestos, sí puede presionar: mediante
informes críticos en el Semestre Europeo, la apertura de un procedimiento
por déficit excesivo y, sobre todo, condicionando los desembolsos
de los fondos europeos. Si España continúa con presupuestos
prorrogados, la Comisión Europea difícilmente guardará
silencio.
La falta de
presupuestos actualizados limita la licitación de nuevas infraestructuras,
retrasa la colaboración público-privada y pone a España
a la cola de Europa en inversión pública. Sin un marco estable,
los fondos europeos corren riesgo de infraejecutarse y Bruselas podría
reaccionar condicionando sus desembolsos.
Conclusiones
operativas
Elevar la inversión
en infraestructuras en al menos 15.000 millones € anuales para converger
con Europa.
Aprobar un
presupuesto de 2026 con partidas específicas para proyectos estratégicos.
Reactivar la
colaboración público-privada mediante marcos contractuales
atractivos y revisión de precios.
Asegurar la
ejecución efectiva de los fondos NextGenerationEU antes de 2026.
Evitar que
la prórroga presupuestaria prolongada erosione el capital público
del país.
PRESUPUESTOS
2026 EN EL AIRE: INFRAESTRUCTURAS EN VILO ANTE LA FALTA DE APROBACIÓN
UNA AUSENCIA
PROLONGADA DE NUEVOS PRESUPUESTOS
España
se enfrenta a la posibilidad de entrar en 2026 sin unos Presupuestos Generales
del Estado aprobados. El Gobierno actual, en minoría, ha indicado
que mantendría la actividad gubernamental apoyándose en los
fondos europeos disponibles, pero la ausencia continuada de nuevos presupuestos
acarrea importantes consecuencias. De hecho, los presupuestos de 2023 se
han prorrogado extraordinariamente hasta 2025, una situación anómala
y prolongada en el tiempo. Este encadenamiento de prórrogas presupuestarias
supone renunciar a actualizar las cuentas públicas conforme a las
nuevas necesidades, forzando al Ejecutivo a gestionar con marcos financieros
desfasados.
¿Qué
implica una prórroga presupuestaria para la inversión en
infraestructuras? Los expertos apuntan varios efectos negativos cuando
un país opera sin nuevas cuentas año tras año:
Retraso de
proyectos nuevos: Con un presupuesto prorrogado no se pueden iniciar proyectos
de inversión nuevos (salvo que se aprueben créditos extraordinarios),
ya que solo continúan las partidas existentes para gastos corrientes
o obras ya iniciadas. Por ejemplo, si el año anterior se financió
la construcción de una autopista y esta concluyó, esa partida
se extingue y no puede reutilizarse automáticamente en otra obra
nueva.
Menor inversión
pública: La falta de un marco financiero actualizado lleva a una
reducción o postergación de la inversión pública
en infraestructuras. La propia Autoridad Fiscal advierte que una prórroga
continuada “implica costes adicionales, retrasos en la ejecución
de nuevas políticas públicas y una menor eficiencia en la
asignación de recursos”. En 2025, España seguía operando
con las cuentas de 2023, lo que afecta directamente a la planificación
y ejecución de proyectos de infraestructura, situando la inversión
por debajo de lo necesario para converger con Europa (harían falta
al menos 15.000 millones de euros adicionales para equipararse).
Burocracia
y gestión reactiva: Gobernar con presupuestos desactualizados obliga
a improvisar mediante modificaciones puntuales. Esto genera más
burocracia y ralentiza la respuesta a nuevas prioridades, pues cualquier
gasto no previsto debe aprobarse mediante suplementos de crédito
y trámites excepcionales. Se pierde así capacidad de planificación
estratégica: distintos estudios concluyen que esta situación
“limita de manera importante la capacidad del Gobierno para planificar,
ejecutar y gestionar los recursos públicos acorde con las necesidades…
teniendo efectos negativos sobre partidas relevantes como la inversión
pública”.
En resumen,
la prórroga continuada de presupuestos es un instrumento subóptimo
para la política económica, que termina lastrando la inversión
en obras públicas y dificultando la puesta en marcha de nuevos proyectos
de carreteras, ferrocarriles, puertos o equipamientos. Las empresas constructoras
llevan años alertando de esta problemática.
Fondos europeos:
¿un salvavidas suficiente?
El Gobierno
ha destacado que dispone de los fondos del Plan de Recuperación
(Next Generation EU) para sustentar la inversión aunque no haya
presupuestos nuevos. De hecho, los Presupuestos de 2026 pretendían
incluir una importante inyección de fondos europeos para culminar
las reformas e inversiones en transición ecológica, digitalización,
cohesión territorial y demás áreas estratégicas.
Estos fondos comunitarios han sido claves para sostener la inversión
pública tras la pandemia, evitando caídas bruscas como ocurrió
en crisis anteriores. Sin embargo, confiar en ellos no está exento
de desafíos:
Por un lado,
la ejecución real de los fondos NextGenerationEU va con retraso
respecto a lo previsto. A principios de 2025, España apenas había
cumplido en torno al 30% de los hitos e inversiones comprometidos en su
Plan de Recuperación. En términos de desembolsos, a nivel
europeo solo se había liberado cerca del 50% de los fondos totales
del Mecanismo de Recuperación y Resiliencia para mayo de 2025. Esto
indica cuellos de botella administrativos y demoras en poner los proyectos
en marcha. Es decir, disponer de fondos europeos no garantiza su rápida
materialización en obra ejecutada, menos aún sin unos presupuestos
nacionales que agilicen cofinanciaciones y nuevos proyectos.
Por otro lado,
no todos los fondos NextGen están orientados a infraestructuras
tradicionales. Gran parte se destinan a digitalización, transición
energética, industria, etc. Dentro del Plan español, se identificaron
proyectos tractores (PERTE) que combinan inversión pública
y privada para transformar sectores. Algunos PERTE de impacto en infraestructuras
se han quedado rezagados: por ejemplo, el plan estratégico para
desplegar una red nacional de puntos de recarga eléctrica en carreteras
(vital para la movilidad eléctrica) sigue pendiente de desarrollo.
Hasta 2024 se habían licitado unos 15.280 millones de euros en subvenciones
del Plan de Recuperación en obra civil, pero queda camino por recorrer
en ciertos proyectos público-privados sectoriales.
En síntesis,
los fondos europeos han sido un balón de oxígeno para mantener
inversión en estos años sin nuevos presupuestos –de hecho,
han permitido que el gasto en inversión pública no se desplome,
e incluso ha contribuido a un crecimiento en licitaciones de obra civil
del +2,5% en 2024 respecto al año anterior–. No obstante, su aprovechamiento
depende de la capacidad de gestión nacional. Sin presupuestos actualizados
y reformas ágiles, existe el riesgo de no ejecutar a tiempo todo
el dinero disponible, perdiendo el efecto transformador esperado. La Comisión
Europea ya ha advertido que al ritmo actual muchos países no cumplirán
los plazos de uso de los fondos antes de 2026, instando a simplificar planes
y acelerar convocatorias.
PREOCUPACIÓN
DEL SECTOR: INVERSIÓN Y COLABORACIÓN PÚBLICO-PRIVADA
ESTANCADAS
Las empresas
constructoras de infraestructuras en España muestran gran inquietud
ante esta situación de parálisis presupuestaria. Sus preocupaciones
se centran en dos ámbitos: la debilidad de la inversión pública
continuada y la escasez de proyectos de colaboración público-privada
(incluyendo concesiones y PERTE) que complementen la financiación
estatal.
En cuanto a
la inversión pública en infraestructuras, los datos recientes
son elocuentes. España se sitúa actualmente a la cola de
Europa en esfuerzo inversor público. Según Eurostat, en el
bienio 2025-2026 España tendrá la menor ratio de inversión
pública de la UE, quedando por detrás de las grandes economías
vecinas. En términos comparativos, otros países estarán
invirtiendo bastante más en infraestructuras por habitante: Alemania
un 49,6% más, Italia un 52,0% más y Francia un 24,3% más
que España, respectivamente. Esta brecha refleja años de
contención del gasto de capital en España. Organismos independientes
han señalado que para converger con la media europea sería
necesario elevar la inversión anual en al menos 15.000 millones
de euros sobre los niveles actuales. Los constructores alertan que no invertir
hoy condena al país a un empobrecimiento gradual de sus infraestructuras,
con efectos en la competitividad y en la calidad de vida.
Por otro lado,
la colaboración público-privada (CPP) en infraestructuras
atraviesa un momento crítico en España. Tradicionalmente,
las concesiones de autopistas, vías férreas u otras obras
eran una vía para movilizar capital privado en grandes proyectos,
pero en los últimos años este modelo se ha desacelerado drásticamente.
En 2024, la licitación de concesiones de obras públicas cayó
a mínimos históricos, con solo 11 contratos de concesión
adjudicados por un valor de apenas 312 millones de euros en todo el año.
Esto contrasta con los 5.274 millones licitados en 2023, año en
que se reactivó ligeramente la CPP gracias a iniciativas puntuales
(como el Plan de Carreteras de Aragón). Incluso de las pocas concesiones
sacadas a concurso, casi un 20% quedaron desiertas por falta de ofertas,
reflejo de un mercado poco atractivo para el capital privado en las condiciones
actuales.
Los motivos
de este declive en la CPP incluyen marcos regulatorios poco incentivadores
y la preferencia por otros modelos de ejecución. Desde la patronal
SEOPAN subrayan que es prioritario reactivar el modelo concesional con
nuevas fórmulas contractuales que repartan mejor los riesgos, reintroducir
la revisión obligatoria de precios en obras a largo plazo y limitar
el uso de empresas públicas propias (como TRAGSA) en encargos que
podrían licitarse. Asimismo, apuntan que muchas infraestructuras
planificadas quedan en el limbo sin financiación público-privada,
a pesar de haberse identificado necesidades por más de 150.000 millones
€ solo en proyectos de transporte prioritarios.
En el caso
de los PERTE (Proyectos Estratégicos para la Recuperación
y Transformación Económica), concebidos como consorcios público-privados
con apoyo de fondos europeos, su aplicación en infraestructuras
clásicas ha sido limitada. Además del mencionado PERTE de
instalación masiva de cargadores eléctricos (aún por
materializarse), el sector echa en falta iniciativas ambiciosas en ámbitos
como la gestión del agua, las energías renovables asociadas
a redes, o la modernización de la logística. La ausencia
de presupuestos podría estar frenando también la cofinanciación
nacional necesaria para lanzar estos PERTE, dado que sin nuevas partidas
es complejo que el Estado comprometa recursos propios para complementar
la inversión privada y europea.
LECCIONES DE
EUROPA: EL COSTE DE LA INCERTIDUMBRE PRESUPUESTARIA
España
no es el primer país europeo en afrontar las consecuencias de la
inestabilidad presupuestaria sobre sus infraestructuras. La experiencia
de otros Estados aporta ejemplos clarificadores de cómo la falta
de presupuestos o gobiernos efectivos puede mermar la capacidad inversora:
Bélgica,
un caso extremo, estuvo casi dos años operando con gobiernos en
funciones sin poder aprobar nuevos presupuestos (652 días entre
2018 y 2020). Este bloqueo político crónico contribuyó
a que Bélgica presentase niveles históricamente bajos de
inversión pública en infraestructuras, en torno al 2% del
PIB durante la última década. De hecho, Bélgica ha
visto erosionar su stock de capital público (carreteras, ferrocarriles,
equipamientos) al no invertir lo suficiente ni siquiera para reponer la
depreciación de sus infraestructuras existentes. La lección
belga es que la ausencia prolongada de un presupuesto actualizado termina
pasando factura: las obras se posponen y el país acumula retrasos
en mantenimiento y nuevos proyectos, situándose a la cola de Europa
en modernización de infraestructuras.
Italia, por
su parte, ha enfrentado problemas de otra índole. Aunque ha logrado
aprobar presupuestos anuales, su elevado endeudamiento y complejidades
burocráticas han ralentizado la ejecución de inversiones,
incluso contando con la mayor asignación de fondos NextGen de la
UE. A mediados de 2025, Italia había gastado por debajo del 50%
de los fondos europeos pospandemia que ya tenía disponibles, lo
que diluye el impacto en el crecimiento. Este retraso evidencia que disponer
de presupuesto o fondos asignados no basta si luego la maquinaria administrativa
impide realizarlos con celeridad. Italia está intentando contrarrestar
años de infrafinanciación aprobando proyectos emblemáticos
(como el megaproyecto de puente hacia Sicilia por 15.000 millones), pero
la incertidumbre política recurrente también ha dificultado
mantener una estrategia sostenida en infraestructuras.
Otros países
europeos con tradiciones de consenso presupuestario muestran situaciones
opuestas. Por ejemplo, Alemania, Francia o los Países Bajos suelen
acordar sus presupuestos anuales (o contar con mecanismos automáticos
de continuidad) que les permiten planificar inversiones plurianuales sin
sobresaltos. Estos países mantienen niveles de inversión
pública más estables; Alemania y Francia, incluso con restricciones
fiscales, han continuado lanzando proyectos clave (ferrocarriles, puertos,
transición energética) gracias a la certidumbre presupuestaria.
Cuando han existido gobiernos en funciones, como ocurrió en Holanda
en 2021 o en Suecia en 2018, la norma ha sido limitar las decisiones a
asuntos de gestión ordinaria, posponiendo grandes licitaciones de
infraestructuras hasta formar un nuevo gobierno. Esto evita comprometer
fondos sin respaldo parlamentario, pero también retrasa inversiones
estratégicas, demostrando de nuevo que la parálisis política
tiene un coste en desarrollo infraestructural.
Otra comparativa
relevante se refiere al modelo de financiación de infraestructuras.
España concentra el 69% de todas las autopistas de alta capacidad
sin peaje de Europa, lo que significa que la mayor parte de su red viaria
principal se sostiene exclusivamente con presupuestos públicos.
En contraste, muchos países europeos aplican sistemas de peajes
o tasas de uso (concesiones) para financiar la construcción y mantenimiento
de autovías. Esta diferencia de modelo agrava la situación
española en ausencia de presupuestos nuevos: al no disponer de ingresos
por peajes, si el Estado recorta o congela la inversión, no hay
fuentes alternativas para cubrir el déficit inversor. Según
SEOPAN, en España se ha acumulado ya un déficit de mantenimiento
de carreteras de alrededor de 10.000 millones de € por falta de recursos
suficientes. Países vecinos con redes de pago, en cambio, pueden
reinvertir esos ingresos en mejoras (la asociación europea de autopistas
de peaje, ASECAP, reportó 7.500 millones de € invertidos en
mejoras de la red viaria europea en 2024 gracias a estos sistemas). La
conclusión es que el modelo español, sin presupuestos y sin
peajes, resulta poco sostenible para afrontar las necesidades de nuevas
infraestructuras y conservación.
PERSPECTIVAS
Y RIESGOS PARA LA LICITACIÓN DE OBRAS
A corto plazo,
si finalmente no se aprueban los Presupuestos Generales de 2026, España
tendrá que operar nuevamente con las cuentas prorrogadas de 2023.
Esto implicaría que las administraciones solo puedan continuar con
proyectos ya comprometidos previamente y con el mantenimiento ordinario,
pero difícilmente licitarán nuevas grandes obras sin antes
tramitar créditos adicionales. La licitación pública
de infraestructuras podría sufrir una desaceleración notable
en 2026, después de un 2024-2025 donde se logró cierto repunte
gracias al empuje del Plan de Recuperación. En ausencia de nuevos
presupuestos expansivos, es previsible que:
Se pospongan
proyectos programados en fases tempranas (estudios o anteproyectos) hasta
contar con cobertura presupuestaria futura.
Las constructoras
compitan por un volumen menor de contratos de obra pública, concentrado
en las fases finales del actual plan NextGen y en pequeñas actuaciones
de mantenimiento, lo que podría aumentar la competencia y bajar
márgenes, pero también provocar parones en la contratación
si no hay suficientes licitaciones.
La colaboración
público-privada siga en punto muerto, salvo que el Gobierno impulse
urgentemente cambios normativos para atraer capital privado. Sin presupuestos,
no se espera la puesta en marcha de nuevos programas de concesiones ni
de PERTE de gran calado, a menos que se articulen vía decreto-ley
u otras fórmulas extraordinarias.
El panorama
preocupa al sector de la construcción, dado que la obra civil es
muy sensible a los ciclos de inversión pública. Representantes
empresariales señalan que España arriesga su posición
económica futura si continúa retrasando la modernización
de infraestructuras clave (transporte, agua, energía, etc.). Hay
identificados más de 349.000 millones de € en necesidades de
inversión hasta 2035 solo para modernizar y ampliar infraestructuras
planificadas. Cubrir este enorme desfase requerirá no solo de fondos
europeos temporales, sino de marcos presupuestarios estables y acuerdos
político-sociales de largo plazo.
En conclusión,
la no aprobación de los Presupuestos de 2026 tendría un impacto
tangible en la obra pública: ralentizaría la licitación
de nuevos proyectos, mantendría la inversión en niveles bajos
y aumentaría la dependencia de parches financieros (fondos europeos,
decretos de crédito) para seguir adelante. La experiencia propia
y ajena indica que un país que no renueva sus presupuestos a tiempo
ve comprometido el desarrollo de sus infraestructuras, con el consiguiente
coste en competitividad y bienestar. Por ello, desde las revistas especializadas
y foros del sector se hace un llamado a la responsabilidad: urge un pacto
que dote de estabilidad presupuestaria y reactive la colaboración
público-privada, de modo que España no siga perdiendo oportunidades
en un mundo que avanza rápido en infraestructuras. Los constructores,
por su parte, se mantienen a la expectativa pero preparados para retomar
la senda de licitación en cuanto el marco político lo permita,
confiando en que la situación de “impasse” presupuestario se resuelva
antes de paralizar del todo la máquina de la construcción.
¿SI
SE VUELVEN A PRORROGAR LOS PRESUPUESTOS, GUARDARÍA SILENCIO LA COMISIÓN
EUROPEA?
1. Autonomía
nacional en la aprobación de presupuestos
La aprobación
de los Presupuestos Generales del Estado (PGE) es una competencia exclusiva
del Parlamento español.
La Comisión
Europea (CE) no puede obligar a un Estado miembro a aprobar sus presupuestos
ni sustituir al Parlamento nacional. En ese sentido, si España prorroga
sus cuentas, Bruselas no tiene un instrumento directo para forzar nuevas
cuentas.
Otros países
han pasado por lo mismo (p. ej., Bélgica casi dos años sin
gobierno ni presupuestos aprobados) y la Comisión se limitó
a advertir de las consecuencias macroeconómicas, pero no intervino
en la política interna.
2. Qué
sí puede hacer la Comisión Europea
Aunque no puede
forzar la aprobación de presupuestos, sí tiene competencias
de supervisión macroeconómica y fiscal dentro del marco de
la UE:
Semestre Europeo:
cada año, los países deben presentar su Plan Presupuestario.
Si España presenta solo una prórroga, la CE lo evalúa
y puede emitir una opinión negativa o “advertencias” (como ya hizo
con Italia en 2018).
Reglas fiscales
reactivadas en 2024: tras la suspensión por la pandemia, vuelven
a aplicarse las reglas de déficit y deuda del Pacto de Estabilidad
y Crecimiento.
España
tiene un déficit público superior al 3% y deuda por encima
del 100% del PIB ? la CE podría abrir un procedimiento por déficit
excesivo si percibe que la prórroga presupuestaria no contiene un
plan creíble de consolidación fiscal.
Fondos europeos
(NextGenEU): el dinero está condicionado al cumplimiento de hitos
y reformas. Si España no demuestra capacidad de ejecución
o estabilidad presupuestaria suficiente, la CE podría retrasar o
congelar desembolsos hasta que se cumplan los compromisos. Este es el “arma”
más directa que Bruselas tiene.
3. Impacto
político europeo
La Comisión
no suele “guardar silencio”. Lo más probable es que emita informes
muy críticos si España continúa con presupuestos prorrogados
hasta 2026, advirtiendo de los riesgos para inversión, estabilidad
fiscal y ejecución de fondos.
Sin embargo,
no puede obligar a España a convocar elecciones anticipadas ni aprobar
nuevas cuentas. Esa es una decisión soberana.
Sí podría
haber presión indirecta: si España incumple los objetivos
de estabilidad, podría recibir sanciones o verse obligada a presentar
un plan correctivo. En la práctica, la CE suele evitar sanciones
formales, pero el “aviso político” es fuerte y tiene efectos en
los mercados y en la confianza inversora.
4. Contexto
europeo: Francia y España bajo lupa
Francia ya
está en una situación muy delicada: la CE abrió en
2024 un procedimiento por déficit excesivo y exigió ajustes.
Si España
entra en 2026 con tercer año consecutivo sin presupuestos, probablemente
Bruselas reaccionará con un procedimiento similar, porque las dos
mayores economías del sur de Europa estarían incumpliendo
simultáneamente.
Esto tendría
consecuencias a nivel europeo, porque afectaría a la credibilidad
fiscal de la zona euro en un momento en que el BCE también presiona
para contener la deuda.
Conclusión:
La Comisión
Europea no puede obligar a España a aprobar presupuestos, pero sí
puede presionar: emitir dictámenes negativos en el Semestre Europeo,
abrir un procedimiento por déficit excesivo, o condicionar los desembolsos
de los fondos NextGenEU. No guardará silencio total, porque la estabilidad
fiscal de España afecta al conjunto de la zona euro.
Lo que no hará,
salvo que España incumpla de forma flagrante, es forzar una crisis
política interna. Bruselas actúa más como supervisor
fiscal y “guardiana” de los fondos europeos que como árbitro de
la política presupuestaria nacional.
Autoría:
Juan Pérez – Economista especializado en infraestructuras y finanzas
públicas con experiencia en análisis presupuestario y proyectos
de obra civil.
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y gestión de infraestructuras en un contexto de incertidumbre presupuestaria.
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