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URBANISMO E INCENDIOS FORESTALES 2025: EL VERANO NEGRO EN ESPAÑA

1 de septiembre de 2025
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¿Qué debe saber un profesional en un caso práctico como el de la noticia?
  • El verano de 2025 será recordado como uno de los más devastadores de la historia reciente de España en materia de incendios forestales. Con cerca de 400.000 hectáreas arrasadas —el peor dato desde 1994— y más de 50 grandes incendios de sexta generación, el país ha sufrido una ola de fuegos desbordada por el calor extremo, la acumulación de combustible vegetal y la acción humana. El impacto humano, ambiental y económico exige replantear la estrategia de prevención y gestión territorial.
Los incendios de 2025 han dejado un balance devastador en España: siete fallecidos, decenas de miles de evacuados y un impacto ecológico y económico incalculable. Comunidades como Castilla y León (150.000 hectáreas), Galicia (96.000) y Extremadura (45.000) figuran entre las más castigadas. El verano negro confirma un cambio de escala en los siniestros: más de 50 megaincendios en un solo año, frente a los 20 de media habitual. Las causas son múltiples. El cambio climático, con olas de calor que superaron los 45 °C, ha acelerado la “sequía exprés” de la vegetación. El abandono rural ha generado paisajes continuos de matorral sin gestión, actuando como combustible masivo. Y el factor humano sigue siendo el principal detonante: más del 80 % de los fuegos se deben a negligencias o a provocaciones intencionadas. La magnitud de los siniestros obligó a movilizar todos los recursos disponibles, desde la Unidad Militar de Emergencias hasta el Mecanismo Europeo de Protección Civil, con ayuda de Francia, Italia, Alemania y Países Bajos. Pese a ello, se registraron incendios de sexta generación imposibles de combatir por medios tradicionales, capaces de generar su propia meteorología y desbordar cualquier capacidad de extinción. La lección es clara: sin prevención, ningún dispositivo será suficiente. La gestión forestal activa, la reactivación de usos agrarios, la ordenación urbanística de la interfaz urbano-forestal y la cooperación internacional son las líneas estratégicas imprescindibles. España no puede permitirse repetir veranos negros si aspira a convivir con el fuego en la era del cambio climático.

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DELITOS URBANÍSTICOS.

 
UN VERANO NEGRO DE INCENDIOS EN ESPAÑA

El verano de 2025 ha dejado en España un panorama desolador por la ola de incendios forestales. En lo que va de año, se calcula que han ardido cerca de 400.000 hectáreas de superficie, un nivel de destrucción que no se veía desde 1994. Solo durante el mes de agosto se quemó aproximadamente el 90% de esa superficie, convirtiendo a 2025 en uno de los peores años de la historia reciente en materia de incendios forestales. Varias comunidades autónomas sufrieron fuegos devastadores: Castilla y León acumuló alrededor de 150.000 hectáreas calcinadas (con varias víctimas mortales), Galicia registró más de 96.000 hectáreas quemadas (su peor dato en lo que va de siglo), Extremadura perdió unas 45.000 hectáreas, y otros territorios como Asturias, Madrid o Andalucía también se vieron seriamente afectados. En total, se han contabilizado decenas de miles de evacuados y al menos siete fallecidos en España a causa de los incendios, a los que habría que sumar víctimas en países vecinos. España ha sido el país europeo más afectado por el fuego este año, en un contexto en el que toda Europa sufre una temporada de incendios excepcionalmente dura (más de un millón de hectáreas quemadas en el continente durante el verano, con Portugal, Grecia y España a la cabeza).

Estos datos demuestran que el verano de 2025 en España ha sido un verdadero “verano negro” de incendios. Además de la extensión quemada, destaca el número inusual de grandes incendios forestales (aquellos de más de 500 hectáreas): más de 50 grandes incendios este año, cuando en años recientes la media anual rondaba solo la veintena. Esto evidencia un cambio cualitativo en el tipo de siniestros que estamos experimentando, volviéndose más extensos, intensos y difíciles de controlar.

CAUSAS: CALOR EXTREMO, ABANDONO RURAL Y FACTOR HUMANO

Detrás de esta catástrofe medioambiental confluyen múltiples causas, que actúan como un “cóctel explosivo” durante el verano. Entre los principales factores que explican la virulencia de los incendios de este año se pueden señalar:

Condiciones climáticas extremas: España atravesó olas de calor prolongadas con temperaturas récord (más de 45°C en zonas del sur, y más de dos semanas seguidas de calor extremo en el noroeste). Este calor intenso provoca lo que los expertos llaman “sequía exprés” o “sequía térmica”, es decir, un desecamiento acelerado de la vegetación. Aunque en primavera hubo lluvias abundantes que hicieron crecer mucha masa vegetal, esa misma vegetación se secó rápidamente bajo el calor veraniego y quedó convertida en combustible altamente inflamable. Si a esto se suman episodios de viento fuerte y una orografía montañosa, se dan todas las condiciones para que cualquier chispa se transforme en un incendio de gran magnitud. En esencia, el cambio climático está creando veranos más cálidos y secos que multiplican la intensidad y extensión de los fuegos.

Abandono rural y acumulación de combustible: Desde hace décadas, amplias zonas del interior de España sufren despoblación y abandono de las actividades agrarias y ganaderas tradicionales. Donde antes había cultivos, pastos o campos cuidados (que actuaban como cortafuegos naturales), hoy prolifera el matorral y el bosque sin gestionar. Esta continuidad de masa forestal supone toneladas de material vegetal seco acumulado, un paisaje continuo de combustible que facilita incendios extensos e incontrolados. Muchas de las zonas más arrasadas por el fuego (como provincias de Ourense, Zamora o León) coinciden con áreas de fuerte despoblación, evidencia de que la falta de gestión del territorio ha creado paisajes propensos a los megaincendios.

Ignición de origen humano: En la inmensa mayoría de incendios forestales en España hay mano humana en el inicio, ya sea por accidente o de forma intencionada. Este verano no fue la excepción: las autoridades han informado de decenas de detenidos e investigados como presuntos causantes de incendios. Algunos de los fuegos más graves se iniciaron por negligencias (quemas agrícolas descontroladas, barbacoas o colillas mal apagadas, trabajos con maquinaria en días de alto riesgo) e incluso por actos deliberados. Se han dado casos de pirómanos reincidentes, quemas provocadas para obtener cobre de cables robados (originando incendios al prender el aislamiento plástico), e incendios causados por imprudencias graves como encender una vela en plena noche al aire libre. Aunque también ha habido focos provocados por causas naturales, como rayos tras tormentas secas, el factor humano destaca como detonante principal. Este componente humano queda patente en las cifras: más del 80% de los incendios en España tienen origen antrópico. Las motivaciones intencionales pueden ser variadas (quema ilegal de rastrojos, regenerar pastos para ganado, vandalismo, venganzas personales, etc.), pero en cualquier caso la responsabilidad directa recae en quienes prenden la chispa.

Cabe mencionar que popularmente a veces se ha aludido a la “especulación urbanística” como causa de incendios (es decir, provocar fuegos para recalificar terrenos forestales y permitir construcciones). Sin embargo, la legislación española vigente (Ley de Montes) impide cambiar el uso de un terreno forestal incendiado durante décadas, precisamente para evitar ese incentivo perverso. Por tanto, hoy en día esta motivación especulativa no parece ser un factor relevante en la mayoría de incendios, y no está entre las causas principales señaladas este verano. En cambio, la conjunción de clima extremo, monte abandonado y descuidos o acciones humanas imprudentes sí ha sido el origen de muchos de los fuegos que arrasaron el país.

INCENDIOS DESBORDADOS Y CRÍTICAS EN LA GESTIÓN

La rápida propagación y enorme envergadura de los incendios de este verano han puesto en evidencia la dificultad de gestionarlos. En cuestión de horas, fuegos iniciados por una chispa se convirtieron en muros de llamas de kilómetros, superando la capacidad de extinción sobre el terreno. Muchos vecinos y alcaldes de las zonas afectadas han expresado su frustración, denunciando falta de medios de extinción o una reacción tardía de las autoridades. En Castilla y León –una de las comunidades más golpeadas– se produjeron manifestaciones de bomberos forestales y habitantes locales protestando por lo que consideraban una mala gestión y escasez de recursos para enfrentar los incendios, pidiendo más brigadas, más apoyo y mejores condiciones laborales para el personal antiincendios.

Las autoridades regionales y nacionales, por su parte, han llamado a no politizar la tragedia y señalan que España dispone de uno de los mayores dispositivos de extinción de Europa. De hecho, España cuenta con numerosos medios aéreos (aviones y helicópteros hidrantes) y efectivos especializados, incluyendo la Unidad Militar de Emergencias (UME) que se movilizó masivamente. Durante este verano llegaron a desplegarse más de 4.000 militares de la UME en apoyo a las labores de extinción, además de miles de bomberos autonómicos, brigadas forestales y voluntarios. Aun así, el alcance extraordinario de los incendios “desbordó” la capacidad de respuesta en ciertos momentos, obligando a priorizar la protección de vidas humanas y núcleos habitados por encima de apagar cada frente de fuego.

Los expertos insisten en que, cuando coinciden temperaturas extremas, sequedad del ambiente y grandes masas continuas de vegetación seca, es casi inevitable que surjan múltiples incendios a la vez. En esas condiciones, ningún operativo puede estar en todas partes al mismo tiempo. Incluso hubo autoridades que sugirieron inicialmente teorías de “terrorismo incendiario” coordinado (una supuesta conspiración de pirómanos causando muchos fuegos simultáneamente). Sin embargo, especialistas en incendios forestales han descartado esa idea: cuando el monte está tan seco y vulnerable, es normal que surjan decenas de focos en poco tiempo sin necesidad de coordinación maliciosa, simplemente por la combinación de azar y acciones humanas frecuentes (cada chispa que antes quizá no pasaría de un susto, ahora prende un gran incendio). Por supuesto, esto no exime la responsabilidad de cada incendiario detenido ni la necesidad de investigar los delitos, pero apunta a un problema estructural más allá de casos individuales.

Desde el punto de vista de la gestión pública, esta oleada de incendios ha sido una prueba de estrés para los planes de emergencias y prevención. El Gobierno central terminó declarando formalmente zonas catastróficas en las regiones más afectadas, para agilizar ayudas económicas a municipios y damnificados. Varias comunidades autónomas aprobaron paquetes de ayudas para las poblaciones evacuadas, propietarios que perdieron viviendas, ganaderos y agricultores afectados por la destrucción de tierras y pastos, etc. Todo ello refleja que, además del desastre ecológico, existe un importante impacto socioeconómico en las áreas rurales arrasadas por el fuego, un impacto que requiere recursos para la reconstrucción y apoyo a los habitantes.

En última instancia, esta crisis ha reavivado el debate sobre cómo prevenir incendios de tal magnitud. Muchos profesionales del sector forestal señalan que la clave no es solo disponer de muchos aviones o camiones de bomberos en verano, sino trabajar todo el año en la prevención y planificación del territorio. Aspectos como mantener los montes limpios de exceso de matorral, hacer quemas controladas en invierno, reactivar la ganadería extensiva que mantiene a raya la vegetación, crear cortafuegos estratégicos y vigilar las conductas de riesgo son medidas indispensables. La lección que deja 2025 es que, si no se aborda seriamente la gestión forestal preventiva, los incendios volverán a sobrepasar cualquier capacidad de extinción disponible, por muchos medios que se tengan.

INCENDIOS DE SEXTA GENERACIÓN: FUEGOS INCONTROLABLES

Durante este verano se ha popularizado el término “incendios de sexta generación” (también llamados incendios de última generación o incluso tormentas de fuego) para describir algunos de los fuegos más extremos. ¿Qué significa exactamente este concepto? Básicamente, se refiere a incendios forestales tan grandes e intensos que son capaces de generar sus propias condiciones meteorológicas. Son fuegos que se “retroalimentan”: el calor que despiden es tan inmenso que provoca potentes corrientes de convección, es decir, columnas de aire caliente que ascienden rápidamente varios kilómetros hacia la atmósfera. Al subir, ese aire se enfría y puede colapsar de nuevo hacia el suelo en forma de vientos repentinos y turbulentos, dispersando brasas encendidas a gran distancia y creando nuevos focos de fuego lejos del frente principal. En algunos casos, el humo y el calor generan nubes de tormenta (pirocúmulos) que incluso descargan rayos y fuego sobre áreas no incendiadas, alimentando aún más el desastre. En resumen, el propio incendio crea un microclima infernal: vientos, turbulencias y energía que escapan al control humano.

Frente a un incendio así, los métodos tradicionales de extinción resultan prácticamente inútiles. El fuego alcanza intensidades tan altas que ni los bombardeos de agua de los aviones, ni los cortafuegos abiertos por las brigadas logran frenarlo. Las llamas pueden superar fácilmente los 20 o 30 metros de altura, avanzando a velocidades endiabladas. Los expertos señalan que, cuando un incendio alcanza esta categoría de “última generación”, no se puede extinguir directamente; lo máximo que se puede hacer es proteger a la población, alejar a los equipos por seguridad, tratar de controlar el perímetro en lo posible y esperar a que cambien las condiciones meteorológicas (por ejemplo, que bajen las temperaturas, amaine el viento o lleguen lluvias) para entonces sí poder dominarlo. Este tipo de incendios extremos añaden un comportamiento engañoso: a veces parecen calmarse si cambia el viento o cae la noche (condiciones en las que normalmente el fuego pierde fuerza), pero en realidad vuelven a tomar fuerza inesperadamente, pillando desprevenidos a los equipos. Son, en definitiva, incendios “imposibles” de apagar en su fase álgida, que sobrepasan la capacidad humana de combate.

Las causas de que ahora hablemos de incendios de sexta generación están ligadas a las condiciones que hemos descrito: cambio climático y exceso de combustible vegetal. El término sugiere que hemos entrado en una nueva era de incendios forestales, más destructivos que nunca. No todos los incendios declarados este verano alcanzaron ese nivel, pero algunos focos en el noroeste peninsular (Galicia, León, Zamora) sí mostraron comportamientos típicos de estos fuegos de nueva generación. Se han visto columnas convectivas enormes y un poder destructivo tal que literalmente desbordó cualquier capacidad de extinción local. Bomberos veteranos relatan cómo “el fuego se comportaba como un monstruo impredecible”, y reconocen que ante ciertas paredes de llamas, lo único posible era retirarse para salvaguardar vidas.

Este fenómeno ha generado incluso cierto debate terminológico entre especialistas: algunos prefieren no usar la etiqueta “sexta generación” tan a la ligera, pues indica un nivel muy específico de complejidad, pero en general todos coinciden en que los incendios extremos, tipo tormenta de fuego, son ya una realidad creciente. El hecho de que hayamos llegado a un punto en que el fuego se hace “dueño” del entorno (en lugar de ser dominado por los bomberos) es muy preocupante. Implica que, en determinadas circunstancias, la naturaleza supera la infraestructura y los medios de cualquier región, por avanzados que sean.

RECURSOS DESBORDADOS: DE LA AUTONOMÍA A LA COLABORACIÓN EUROPEA

Tradicionalmente, la respuesta a los incendios forestales en España se organiza en escalas. Los primeros en actuar son los recursos locales y autonómicos (cada comunidad autónoma tiene competencias en la lucha contra incendios, con sus cuadrillas de bomberos forestales, retenes, brigadas helitransportadas, etc.). Cuando un incendio crece y se vuelve especialmente peligroso, se declara el nivel 2 de emergencia, lo que significa que la comunidad autónoma solicita ayuda al Estado porque sus medios propios resultan insuficientes. Este verano hubo numerosos incendios en nivel 2, que movilizaron efectivos estatales: la Unidad Militar de Emergencias, la Brigada de Refuerzo en Incendios Forestales (BRIF) enviada por el Ministerio para la Transición Ecológica, hidroaviones del Estado, etc.

Sin embargo, en agosto de 2025 se alcanzó un punto crítico en el que ni siquiera los medios nacionales eran suficientes para atender todos los frentes activos simultáneamente. España tuvo que activar el Mecanismo Europeo de Protección Civil, un protocolo de la Unión Europea para emergencias que permite solicitar ayuda internacional de forma coordinada. A partir de mediados de agosto, diversos países europeos enviaron refuerzos para colaborar en la extinción de los incendios españoles. Por ejemplo, Francia desplazó varios aviones Canadair (bombarderos de agua) que operaron en Galicia; Italia también aportó aviones cisterna que estuvieron trabajando en incendios de Castilla y León; Alemania ofreció un equipo completo de brigadas terrestres con unos 50 efectivos y vehículos contra incendios, que se desplegaron en Extremadura; Países Bajos envió helicópteros pesados (modelo Chinook) con gran capacidad de descarga de agua, estacionados en bases de León; Eslovaquia aportó un helicóptero Black Hawk para tareas de extinción, entre otros apoyos. En total, al menos seis países europeos asistieron a España con medios materiales y humanos, sumándose al enorme esfuerzo que las autoridades españolas ya tenían en marcha. Esta colaboración internacional fue gestionada a través del centro de coordinación de emergencias europeo, que asignó las misiones y zonas de actuación a cada recurso extranjero.

La necesidad de ayuda externa dejó claro que ciertos incendios de última generación “no se apagan” desde una sola autonomía, ni siquiera desde un solo país. El alcance de la emergencia era tal que solo una respuesta conjunta y solidaria a nivel europeo podía afrontarla. Este verano, no lo olvidemos, otros países del Mediterráneo también ardían al mismo tiempo (Grecia, Portugal, Italia tuvieron crisis de incendios casi simultáneas). Esto supuso un desafío logístico para el mecanismo europeo, que tuvo que repartir medios donde más urgía. Se batieron récords de peticiones de ayuda mutua en la UE por incendios forestales. Afortunadamente, la cooperación funcionó y pudo evitarse una tragedia aún mayor, pero evidenció que ningún país por sí solo dispone de recursos ilimitados frente a incendios extremos si las condiciones adversas se dan en amplias regiones a la vez.

En conclusión, los incendios de gran magnitud de hoy en día sobrepasan las fronteras administrativas. Desde el punto de vista urbanístico y territorial, esto sugiere que la planificación anti-incendios debe abordarse también de forma supranacional y coordinada. La UE lleva tiempo impulsando la idea de una “fuerza europea contra incendios” (con fondos para una flota permanente de aviones contraincendios, entrenamiento común, etc.), algo que cada vez cobra más importancia. Porque si bien este verano España recibió aviones y brigadas extranjeras, en otro momento puede ser España la que envíe ayuda a Francia, Grecia o cualquier vecino. Los incendios no entienden de fronteras, y los de sexta generación menos aún: pueden requerir tantos medios que exceden lo que un solo territorio puede aportar. Por ello, se vislumbra como imprescindible reforzar la cooperación europea en prevención y respuesta al fuego, compartiendo recursos y estrategias.

¿VOLVERÁ A SUCEDER? PREPARAR EL FUTURO DEL TERRITORIO

Una pregunta inevitable tras vivir esta crisis es: ¿Se repetirá una situación así en los próximos veranos? Los científicos y expertos en clima advierten que, por desgracia, la tendencia apunta a incendios cada vez más intensos y frecuentes. El cambio climático está prolongando las temporadas de calor, reduciendo la humedad en el ambiente y favoreciendo fenómenos extremos (olas de calor más duraderas, tormentas secas con rayos, etc.). Esto significa que el riesgo de megaincendios seguirá alto e incluso puede aumentar si no se toman medidas. De hecho, muchos señalan que lo ocurrido en 2025 es un aviso de lo que puede ser “el nuevo normal” en las décadas próximas: veranos con múltiples incendios gigantes ardiendo a la vez. A menos que reaccionemos, podríamos enfrentarnos a veranos negros reiterativos.

Ahora bien, los expertos enfatizan que el futuro no está totalmente escrito. Podemos y debemos prepararnos mejor para convivir con el fuego y reducir su poder destructivo. España tiene una larga historia de incendios forestales, pero también conocimientos para enfrentarlos. La clave estará en cambiar el enfoque desde solo extinguir, a prevenir y planificar. Algunas líneas de actuación urgentes desde el plano urbanístico, territorial y ambiental serían:

Gestión activa del paisaje: Recuperar las labores de mantenimiento del monte durante todo el año. Esto incluye limpieza de maleza, podas, cortafuegos y quemas prescritas en épocas seguras, de modo que el día que llegue el fuego no encuentre tanta cantidad de material para arder. Un territorio bien gestionado no acumula una “bomba de relojería” de biomasa seca. En este sentido, es vital potenciar la silvicultura preventiva y dotarla de recursos estables.

Ordenación del territorio y mosaico rural: Replantear el uso del suelo en las zonas rurales abandonadas, fomentando un mosaico de usos que sirva de cortafuegos natural. Por ejemplo, incentivar que ciertas áreas sean nuevamente pastos ganaderos o cultivos (que separen masas forestales continuas). Allí donde el monte es rentable o aprovechado, suele cuidarse más y arde con menos facilidad. Este rediseño del territorio requiere políticas agrarias y de desarrollo rural que hagan viable que haya gente viviendo y trabajando en el campo. Mantener pueblos vivos y monte productivo es también una estrategia contra los incendios.

Protección de la interfaz urbano-forestal: Desde el urbanismo, es crucial establecer normas de seguridad en las construcciones cercanas al monte. Muchas viviendas rurales o urbanizaciones colindan con bosques; esas áreas de interfaz urbano-forestal deben contar con planes específicos: franjas perimetrales limpias de vegetación alrededor de pueblos y casas, accesos seguros para bomberos, hidrantes o reservas de agua, y planes de evacuación claros. La planificación urbanística ha de tener en cuenta el riesgo de incendios a la hora de permitir edificaciones en zonas forestales, minimizando situaciones de alto peligro para los residentes.

Educación y concienciación ciudadana: Por último, ningún plan tendrá éxito sin la colaboración de la población. Es imprescindible intensificar las campañas de concienciación sobre el riesgo de incendios, especialmente en verano. Enseñar buenas prácticas (no hacer fuegos en el monte, extremar precauciones en días de alto riesgo, avisar de cualquier conato inmediato) y también inculcar una cultura de autoprotección. Las comunidades locales deben saber cómo reaccionar ante un incendio cercano, tener simulacros, conocer las rutas de evacuación y no esperar a último momento. Asimismo, la sociedad en su conjunto debe entender que el fuego es un elemento natural en nuestros ecosistemas, pero que está en nuestras manos decidir si tendremos incendios pequeños y manejables o monstruos incontrolables. Esa decisión pasa por cómo gestionamos el territorio y cómo nos preparamos para el cambio climático.

En resumen, es muy probable que incendios como los de este verano vuelvan a ocurrir, pero sus efectos no tienen por qué ser tan catastróficos si aplicamos las lecciones aprendidas. La coordinación entre administraciones, la dotación adecuada de medios de extinción (y su uso inteligente), la cooperación internacional y, sobre todo, la apuesta decidida por la prevención y la planificación territorial sostenible son el camino a seguir. Como señalaron algunos expertos tras esta crisis, “no podemos llevarnos las manos a la cabeza cada verano sin haber hecho los deberes en invierno”. Queda en manos de las autoridades y de la sociedad española trabajar desde ya para que nuestros montes y pueblos estén mejor preparados. Solo así dejaremos de ver cada año repetirse la tragedia del verano negro, y lograremos convivir con el fuego de forma más segura y controlada en el futuro.

CONCLUSIONES

La temporada 2025 demuestra que los incendios de sexta generación son una amenaza estructural en España: solo una política sostenida de prevención, ordenación territorial y cooperación europea permitirá contener su impacto futuro.

Conclusiones operativas

Priorizar la prevención: silvicultura activa, cortafuegos y quemas prescritas.

Revitalizar el mosaico rural con usos agrícolas y ganaderos.

Planificar la seguridad en la interfaz urbano-forestal (franjas limpias, planes de evacuación).

Asegurar la cooperación internacional permanente en medios de extinción.

Desarrollar campañas de concienciación ciudadana y autoprotección.

Autoría: Marta González – Ingeniera Forestal y consultora en gestión de emergencias en prevención de incendios

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