Organismos
como ASEMFO subrayan que cada euro invertido en prevención puede
ahorrar hasta diez en extinción, que en 2022 costó casi 1
900 millones. Expertos y entidades como WWF reclaman una reforma estructural:
apostar por modelos agroforestales sostenibles, una fiscalidad verde que
incentive el mantenimiento del territorio, y un marco normativo estatal
que unifique criterios y evite la fragmentación autonómica.
Para el ámbito
del urbanismo rural, el caso plantea un desafío adicional: la expansión
urbanística en la interfaz urbano-forestal aumenta la exposición
de viviendas e infraestructuras a los incendios. De ahí que los
planes de prevención no solo sean una herramienta forestal, sino
también un instrumento de ordenación territorial y seguridad
ciudadana, que debería integrarse en la planificación urbanística.
La investigación
de la Fiscalía no solo busca depurar responsabilidades, sino también
enviar un mensaje claro: la prevención de incendios no puede seguir
siendo el eslabón débil de la política ambiental y
territorial. Su ausencia compromete vidas humanas, infraestructuras, ecosistemas
y, en última instancia, la confianza de la ciudadanía en
las instituciones.
Una de las
cuestiones clave que aborda la investigación de la Fiscalía
de Medio Ambiente y Urbanismo es por qué, a pesar de la obligación
legal vigente, una gran parte de los municipios en zonas de alto riesgo
aún carecen de planes de prevención de incendios forestales.
Entre las causas
estructurales destacan:
Falta de recursos
técnicos y financieros en pequeños municipios rurales. Muchos
ayuntamientos carecen de equipos de ingeniería forestal o de urbanismo
capaces de redactar planes complejos, y no disponen de presupuesto para
contratar consultoras especializadas.
Fragmentación
competencial. Aunque la Ley de Montes obliga a contar con planes, la ausencia
de criterios estatales comunes hasta 2024 ha generado vacíos interpretativos.
Esto ha provocado que algunas comunidades autónomas retrasen la
elaboración de sus marcos propios y que los municipios se amparen
en esa indefinición para no actuar.
Burocracia
y falta de coordinación. La elaboración de un plan de prevención
requiere datos topográficos, forestales, urbanísticos y climáticos,
lo que implica la coordinación de varias administraciones (municipal,
autonómica y estatal). Esta complejidad ha ralentizado el proceso.
Prioridad política
a la extinción frente a la prevención. La presión
mediática sobre la lucha contra los incendios durante los meses
de verano ha llevado a centrar las inversiones en medios de extinción
—más visibles a corto plazo— en lugar de en planes preventivos de
largo recorrido.
En cuanto a
la responsabilidad, la Fiscalía apunta a un principio claro: el
deber de elaborar los planes corresponde en primer lugar a los ayuntamientos
situados en zonas de riesgo, conforme a la Ley de Montes y a la normativa
autonómica de desarrollo. No obstante, la administración
autonómica conserva un papel de supervisión y, en algunos
casos, de cofinanciación, lo que podría derivar en responsabilidades
compartidas. Finalmente, el Gobierno central no queda exento, dado que
el retraso en aprobar criterios comunes ha contribuido a la descoordinación.
De confirmarse
negligencias graves, podrían abrirse vías de responsabilidad
penal o administrativa contra alcaldes y equipos de gobierno municipales
por omisión de sus deberes, especialmente si se demuestra una relación
directa entre la falta de planes y la magnitud de los incendios registrados.
Autoría:Marcos
López — Urbanista y consultor en planificación territorial
sostenible.
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