1.
Un nuevo escándalo de corrupción en obra pública
Esta semana
ha estallado otro caso de presunto fraude en la concesión de obra
pública, protagonizado por Santos Cerdán —hasta ahora secretario
de Organización del PSOE—, acusado de gestionar “mordidas” por 620.000
€ que beneficiaron al exministro José Luis Ábalos y
a su asesor Koldo García. La UCO de la Guardia Civil, en un informe
al Tribunal Supremo, detalla tres contratos adjudicados a cambio de sobornos
y deja otros 450.000 € pendientes vinculados a Acciona.
La caída
política fue inmediata: Cerdán dimitió, ha sido citado
a declarar el 25 de junio y el propio presidente Sánchez tuvo que
dar explicaciones sobre “este golpe mayúsculo” contra la imagen
del Gobierno.
2. Una lacra
recurrente en la obra pública española
Este episodio
confirma que la obra pública sigue siendo caldo de cultivo para
tramas de sobornos y favoritismos políticos. Desde los 90 —casos
Urralburu, Filesa, Roldán— hasta Gürtel, Púnica o Lezo,
el patrón se repite: contratos fraccionados, empresas pantalla y
participación de cargos públicos. Resultado: infraestructuras
más caras, drenaje de fondos y desconfianza ciudadana.
3. Complicidad
y fallos en los controles: ¿por qué persiste el fraude?
Cómplices
internos: técnicos y funcionarios que manipulan pliegos y silencian
irregularidades.
Lagunas legales:
contratos menores fraccionados, procedimientos negociados sin publicidad,
UTEs de conveniencia.
Protección
insuficiente al denunciante: la ley de informantes (2023) aún no
ha demostrado penetrar la cultura del silencio.
Órganos
de control limitados: lentos, reactivos y con escasos recursos frente al
volumen de contrataciones.
4. Reformas
necesarias para prevenir futuros escándalos
Transparencia
total y datos abiertos: licitaciones, ofertas y evaluaciones accesibles
en tiempo real.
Autonomía
y protección del personal técnico: blindar a interventores
y jefes de servicio frente a presiones.
Órganos
de control reforzados: más medios y competencias para auditar y
sancionar con rapidez.
Inhabilitación
firme de empresas corruptas: veto permanente, incluyendo filiales y testaferros.
Detección
temprana por IA y big data: patrones anómalos que salten alertas
antes de adjudicar.
Formación
en integridad: programas continuos de ética pública para
todo el funcionariado.
5. Conclusión:
hacia una contratación pública íntegra
El escándalo
Santos Cerdán es la enésima señal de alarma. España
no puede permitir que la obra pública siga siendo terreno abonado
para la corrupción. Transparencia, controles efectivos y tolerancia
cero son los ejes para devolver a la contratación pública
su carácter de servicio al ciudadano y garantía de buen uso
de los recursos.
EN DETALLE
Esta semana
ha salido a la luz un grave caso de presunto fraude en la concesión
de obra pública que implica a altos cargos del Partido Socialista
Obrero Español (PSOE). En el centro de la polémica está
Santos Cerdán, quien hasta hace pocos días ocupaba el cargo
de secretario de Organización del PSOE y es uno de los hombres de
confianza del presidente Pedro Sánchez. Un informe de la Unidad
Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil presentado al Tribunal Supremo
vincula a Cerdán con una trama de sobornos (“mordidas”) a cambio
de adjudicaciones de obras públicas. Según este informe,
Cerdán habría sido la persona encargada de “gestionar” el
pago de comisiones ilegales que alcanzaron al menos 620.000 euros para
beneficiar al exministro de Transportes José Luis Ábalos
y a su entonces asesor Koldo García en contratos de obra pública.
De hecho, la investigación detalla tres adjudicaciones concretas
de obras por las cuales Ábalos y García habrían recibido
esos 620.000 € en sobornos, y apunta que otros 450.000 € adicionales
quedaron pendientes de pago asociados a tres adjudicaciones más
a la constructora Acciona.
UNA LACRA RECURRENTE
EN LA OBRA PÚBLICA ESPAÑOLA
Lejos de ser
un incidente aislado, este caso pone de relieve un problema crónico
en España: la corrupción en la adjudicación de contratos
de obra pública. Históricamente, las grandes obras e inversiones
públicas han sido caldo de cultivo para tramas de sobornos, comisiones
ilegales y favoritismo político, afectando a distintos partidos
y administraciones. Desde la restauración de la democracia, numerosos
escándalos han salpicado tanto a nivel nacional como autonómico
y local, revelando esquemas similares de enriquecimiento ilícito
a costa del erario.
Basta con repasar
algunos de los casos más sonados de las últimas décadas
para apreciar la magnitud del fenómeno. En los años 1990,
además del mencionado caso Urralburu en Navarra, ocurrió
el caso Filesa (financiación ilegal del PSOE), el caso Roldán
en el Ministerio del Interior, y más adelante las macro-causas como
la trama Gürtel, la operación Púnica, el caso Lezo,
el caso Acuamed, el caso Palau, el caso Mercurio, la operación Pokémon,
entre muchos otros. En todos ellos, el patrón es el mismo: adjudicaciones
de contratos a cambio de comisiones, a menudo canalizadas a través
de empresas pantalla, con la complicidad de responsables políticos
y, en no pocos casos, técnicos y funcionarios.
La reiteración
de escándalos ha tenido un coste enorme: eleva artificialmente los
costes de las infraestructuras, drena recursos públicos y mina la
confianza en las instituciones. La corrupción en la contratación
pública socava el correcto funcionamiento del mercado, favorece
el clientelismo y perjudica la calidad de las infraestructuras.
COMPLICIDAD
Y FALLOS EN LOS CONTROLES: ¿POR QUÉ SIGUEN OCURRIENDO?
A pesar de
que existen leyes estrictas, tribunales de cuentas, interventores, órganos
de fiscalización y normas europeas sobre transparencia y libre concurrencia,
los fraudes siguen ocurriendo. ¿Por qué? Porque esos controles
fallan.
Primero, porque
hay complicidad interna. Muchos fraudes son imposibles sin la colaboración
o el silencio de técnicos, jefes de servicio o funcionarios clave.
En muchos casos, estos alteran informes, filtran información, manipulan
puntuaciones o ignoran irregularidades. A veces por corrupción personal,
a veces por presión política, a veces por miedo a represalias.
Segundo, porque
hay vacíos legales y lagunas que se aprovechan: contratos menores
fraccionados para eludir concursos, procedimientos negociados sin publicidad,
uso abusivo de UTEs, o empresas tapadera. El sistema tiene grietas, y las
tramas las conocen bien.
Tercero, porque
hasta hace poco no había protección suficiente para los funcionarios
que denunciaban. La llamada ley de protección del informante aprobada
en 2023 busca cambiar esto, pero aún está por ver su aplicación
real y su efectividad.
Cuarto, porque
los órganos de control son lentos, reactivos y con recursos limitados.
Muchas veces detectan la corrupción cuando el daño ya está
hecho. Otras veces, simplemente, carecen de capacidad para auditar todo
lo que se contrata.
REFORMAS LEGALES
Y MEDIDAS PARA PREVENIR ESTOS FRAUDES
Aunque se ha
avanzado, las reformas legales deben ir más allá:
Transparencia
total y datos abiertos: Publicación detallada y accesible de todas
las licitaciones, adjudicatarios, importes, evaluaciones y modificaciones
contractuales.
Independencia
técnica y protección del funcionario: Fortalecer la autonomía
de los técnicos de contratación y de los interventores. Proteger
su labor frente a presiones políticas o económicas.
Reforzar los
órganos de control y las auditorías internas: Más
medios, más independencia, más competencias para actuar con
rapidez.
Prohibición
efectiva de contratar para empresas corruptas: Que las empresas implicadas
en corrupción no puedan volver a contratar con la Administración.
Ni directamente ni mediante filiales o testaferros.
Análisis
predictivo y tecnologías de detección temprana: Uso de inteligencia
artificial y big data para identificar patrones anómalos en la contratación
pública.
Formación
y ética pública: Educación continua en valores de
integridad y buen gobierno para todo el personal público. La cultura
de la legalidad no nace de la ley, sino de la convicción.
CONCLUSIÓN:
HACIA UNA CONTRATACIÓN PÚBLICA ÍNTEGRA
El caso de
Santos Cerdán y la trama de mordidas en obra pública es un
nuevo capítulo en una larga serie de escándalos que muestran
que el sistema sigue siendo vulnerable. Pero también es una oportunidad:
una llamada a reforzar los controles, a proteger a los funcionarios honestos,
y a transformar la cultura institucional.
La obra pública
debe volver a ser sinónimo de servicio público, de progreso,
de infraestructura al servicio del ciudadano. No puede seguir siendo terreno
abonado para la corrupción. El camino es claro: transparencia, integridad
y tolerancia cero con el fraude.
Autoría:
Carlos Ruiz – Abogado experto en obra pública y compliance
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